Conocí al matrimonio Jonathán y Josefina en el ya lejano 1971. Yo daba un cursito de Biblia y asistía un grupo de entusiastas que perdonaban mi bisoñeses. Entre otros miembros del grupo todos muy especiales, estaba Jonathán y Josefina.
Pronto supe de sus cualidades artísticas, aunque en aquel tiempo por distintas razones la producción era muy limitada. Visité su taller conocí a los hijos, todavía niños. La amistad se fue haciendo cada vez más solida y con la característica de una verdadera amistad en las malas y en las buenas, en las duras y en las más duras.
Los hijos fueron creciendo y comenzaron a diferenciarse los que querían seguir la línea de los Papás: Alejandra y Arturo Guevara Escobar. Ya para 1980 el taller funcionaba en toda su amplitud, trabajos de orfebrería, cincelado, esmaltes, escultura, numismática, etc.
Un colega mio, Mariano Siller, de muy buen gusto y buena cultura, me decía que el taller de los Guevara le hacía imaginarse como eran los talleres artísticos en el renacimiento.
Tuve desde el privilegio de la amistad, el privilegio de seguir la historia de una obra de arte; el proyecto, tal vez la maqueta, la realización de la obra, en el caso de la escultura la hechura en plastilina y el vaciado, las obras terminadas, en su mayoría las conocí solo por fotografías. Sin ningún nombramiento oficial pero desde la amistad me hicieron consejero y asesor iconográfico y en casos con mi atrevimiento amistoso, hasta critico.
Las obras principales, las de la Basílica de Guadalupe, del Santuario de Guadalupe en Zamora, las muchas para Santuarios de los PP. Franciscanos y de los Misioneros del Espíritu Santo, las gozo especialmente acordándome de como las vi nacer, primero en el papel y luego ya en el respectivo material preparatorio.
Considero así, mi amistad con los Guevara, amistad que también se alimenta de sabrosas pláticas sobre varios campos del arte, el de ellos pero también cine y música y las más sabrosas comidas familiares, un privilegio y un don de Dios.
Alberto Aranda C.
M. Sp. S.
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